martes, 29 de marzo de 2016

Tan igual pero tan distinta...

Y entonces, después de algunos años, vi de nuevo tu sonrisa... Pero algo en ti había cambiado. La misma de siempre, pero tan distinta...
El desierto hizo mella en ti, dejando al descubierto la huella de la dureza de vivir en la hammada. Ya no está tu cara de niña, pero si permanece esa viveza en tus negros ojos, y entre lágrimas, pude ver que tu inocente sonrisa seguía pintada en tu rostro.
Como un sol en medio de las grises nubes, como el agua en el desierto, como  la primavera a las flores, siempre sonriendo a pesar de todo.
¿Por qué el paso del tiempo hace tanto daño?
Y te vi... Tu belleza intacta en ese rostro curtido por el sol y la dureza de ese modo de vida que no te pertenece, que no deberías llevar, que no debió tocarte a ti.
Pasan los años y ahora eres aquella niña alocada, simpática y dulce encerrada en un cuerpo de mujer (no tan mujer), en un cuerpo de madre, a pesar de tu juventud...
Y me encanta... Me encanta que nunca pierdas tu sonrisa, que impregnes de simpatía todo cuanto te rodea, que cautives a todo aquel que te conoce con tu dulzura y desparpajo, como un día, hace ya más de quince años, hiciste con nosotros, con la que aún es tu familia.