sábado, 15 de octubre de 2016

Las mejores cosas de la vida no son cosas.

Un beso. Una mirada. Una sonrisa, tu sonrisa al despertar. Un aroma ligado a un recuerdo, a una persona, a un momento. Un paseo. Un sonido, una canción. Una fecha, un lugar, una hora. Una conversación a altas horas de la madrugada. Una llamada de teléfono. Una visita inesperada. Un abrazo. Una tarde de risas rodeada de esas personas tan especiales. Una noche de peli y sofá con ese alguien.
Un sueño cumplido. Una meta a la que llegar. Esas mariposas revoloteando en tu estómago. Esos pensamientos que hacen que se te escape una sonrisa. El primer amor. 
Una carcajada. Una mirada a escondidas. Una caricia acompañada de un suspiro. Un predictor con dos rayas. Esos kilitos de más cuando estás esperando. Una patadita. Ese momento en que sabes que algo bueno se acerca. La familia. Un viaje en buena compañía. Un encuentro casual, un reencuentro. Un sentimiento. Una lágrima de felicidad. Una presencia, tu presencia, vuestra presencia. Un mensaje Una voz. La lluvia tras un cristal, una tarde de sofá y manta... Y mil cosas más.
Y es que las mejores cosas de la vida surgen de repente, sin avisar, sin planificar, sin darte cuenta, de forma espontánea, fácil, natural, rápida. Fluyen y se desarrollan como si llevasen años haciéndolo. A veces las entendemos como sin sentidos, locuras ¿por qué será? Llegan de repente, sin previo aviso, y no las controlas, están fueran de nuestro alcance y control, ¿realidad o ficción? ¿Locura o experiencia? ¿Nos arriesgamos, probamos y nos dejamos llevar o nos quedamos en nuestro mismo sitio de siempre?

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